viernes, 22 de febrero de 2013

El muro

Momentos de transición, de supuesta armonía, de paz prometedora. Tiempos en los que el camino se torna habitual tras los pasos mundanos que, automáticos, parecen no querer retroceder.
Entre tanto, las horas corren buscando la mirada arrepentida de algún alma curiosa que esté dispuesta a reivindicar tantos soles perdidos. Pero las pisadas suelen ser más veloces que la visión, y ésta puede tornarse inútil bajo la diligencia de alguna intención que no habilita bifurcaciones.
El camino es nuestro y nuestra es la realidad. Será nuestra la única necesidad que valga, será sólo nuestra el hambre que apriete impotente. Sólo nuestra piel sentirá el frío y nuestros huesos dolor. Se tomará rienda suelta a la búsqueda del perpetuo bienestar que arrasará con la espera al encuentro, de quienes desautomatizaron su andar.
Entonces caemos en la cuenta de que la pregunta murió, allá a lo lejos, cuando nos vimos en marcha de un empujón. En medio de tanta destrucción, los muros permanecen intactos promulgando ser el escudo protector de cada individuo, aplacando los sollozos, los anhelantes latidos.
Siendo dueños de una libertad cercada, bajo un ruidoso silencio y envueltos en un oxígeno espeso seguimos creyendo que proclamar la muerte es vida y que no hay vida sin sacrificio ajeno.
El mundo enmudeció exhalando su último suspiro y dejando al azar su palpitante destino.