lunes, 12 de enero de 2015

La plenitud es incompleta

Así es.
Estamos desmembrados de vida.
Cada región de nosotros,
de las que surcan las manos
y atraviesan la garganta,
es una prueba cabal de la extensión.
No termina el ser
con la pertenencia del cuerpo, 
con la noción del idioma,
con la cédula de identidad.
Pues, nuestras piernas
son la apátrida tracción 
que nos empuja,
que nos promueve.
Pues, nuestras voces
son el eco de la libertad que 
nos posee y desposee,
nos mantiene y nos intercambia.
Es cierto.
No somos 
un montón de células contenidas
ni tampoco carne dispuesta a conservarse.
La pretensión de mantenernos impunes
al calor del aire que nos envuelve,
a la humedad que se nos mete 
por los recovecos inconexos entre la espera y la realidad,
no hace más que vaciarnos,
o peor,
no hace más que amoldarnos a una mecánica impersonal.
Y sí.
Estamos desmembrados de vida.
Porque la piel se agrieta de la experiencia cotidiana,
porque los ojos se gastan de observar caminos,
porque la voz se nos raspa de lucha y la boca de besos,
porque las piernas se alentan mas nunca dejan de andar.
Y cuanto más cerca,
menos cuerpo.
Y cuanto menos cuerpo,
más vivxs.