jueves, 8 de agosto de 2013

La otredad

En un camino que no es nuestro, marcado por un crisol de huellas radiantes, seguimos los pasos que nos guían construyendo utopías con manos ajenas. Contenidos dentro de un orden que nos es impuesto se descompone el uniforme caos que fue encerrado por nuestros miedos. Mientras, la polifonía de voces nos envuelve en un aire viciado y nos inclina hacia el silencio.
Desterrados hoy estamos en el rincón de un olvido que rememora el tiempo, en el espacio que separa el eco de aquel ínfimo murmullo. Siendo tan sólo un límite sinuoso que no distingue el pensamiento de la voz, aún somos. Empapados de una imperiosa diversidad, atentamos contra aquel que distorsiona nuestros pasos y que no comprende nuestro silencio.
Tememos a la extensión del sentido, convertimos nuestro cuerpo en un santuario. ¿Cómo distinguir las miradas?, si éstas no son más que un mutuo reflejo.
El otro nos incorpora, nos constituye. Pues aquel corazón que está del otro-lado posee algo que se desprendió de mí-lado. ¿Quién determina, acaso, qué lado conforma la razón?
Todos los planos nos corresponden y, a su vez, no le correspondemos a ninguno. Cada una de las almas concibe su propio sentir, recae en la soledad. Ésta, entonces, nace de la falta, de aquello que ya no está. Emerge ante la perplejidad de encontrarnos sin lo externo, puesto que no somos más que esa-otredad.