No había testigo
que pudiera sostener
tal existencia.
No eran.
Se sucedían
simple e irremediablemente
tal y como sus miradas
embebidas en voluntad
lo proponían.
No eran.
Despojados de toda intención,
sus manos
se volvieron herramienta
y sus almas,
volátil mármol.
Una secuencia eterna
que se alzaba sobre el infinito
y bajaba hasta él,
sacudió al ojo incrédulo.
Sin embargo,
ahí estábamos...
viviendo.