sábado, 21 de febrero de 2015

Escribir por amor, y darlo todo en un suspiro maltrecho que persiga esta ansiedad en retroceso que levita entre lo dicho y su intención.
Escribir por capricho, con los ojos como manos y la cabeza en los pies. Injustificando la existencia mientras nos rebelamos ante una lógica que nos devora podríamos proclamarnos héroes.
Escribir por desdén; como si en cada trazo despojáseme la mente de los ecos moribundos de algún tiempo. Nos convencemos de la ausencia de destino y de verdad, nos desdecimos los actos y hasta daríamos nuestra voluntad porque el letargo se repliegue bajo la inercia de este sol.
Escribir por la pasión de desgajar cada capa de piel de este recuerdo que se agrieta de tan viejo y que transpira de resabios de dolor.
Escribir por seguridad. Porque es la única manera de palpar este presente tan ambigüo, de esquinas idénticas a la de esa tarde de verano. Porque así, dibujando palabras, puedo ver y verte y verme, y pretender que aún existo y que los muros que van cayendo intentan sostenerse de mi propensa integridad.
Para sentir la nostalgia en los huesos,
para reivindicar al mal visto deseo,
para juzgar mis propios actos,
y hacer del inconsciente un placebo,
para protegerme de aquello, de esto y de mí.
Para crear
escribo.


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