domingo, 8 de abril de 2012

La pesadumbre de un vago domingo, que se va sin darnos cuenta y nos aplasta como la adrenalina de un viernes feroz.
Clara lo pensaba a menudo, pero esta vez cambió el rumbo de su día. Mientras la humedad en las paredes se transforma en un sólido vacío, ella busca qué vestir. Toma su prenda favorita y agrega una mentirosa pero sensual luz a sus ojos y color a sus labios insensibles. No se asemeja demasiado a las fotos de sus muros, pero lo sigue intentando.
Enciende la música y suena su canción favorita. Baja las luces, se fuma un cigarrillo y dibuja en el espejo. Sus zapatos le molestaban y se deshizo de ellos, entonces subió el volumen dejándose llevar por el estruendo de las melodías.
Sintió algo de náuseas, no debió beber demasiado. Todo daba vueltas y ella era el eje que mantenía el movimiento. Estalló en carcajadas y ya nada importaba, los invitados ni los vecinos, su vestido azul o sus zapatos de estreno.
Y cayó al suelo..
La fiesta terminó, la música cesó, no parecía quedar nadie en ese lugar. Aunque nadie nunca llegó, no se sintió del todo sola. Sabía que en algún lugar, alguien como ella, se sentiría igual.
Tomó su última copa de vino y brindó por la soledad. Y junto con ella, murió.
Ese fue un domingo feliz y desolador.

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