sábado, 9 de junio de 2012

 Hogares desolados y calles inundadas de locura. La cordura yace escondida en los rincones que han comenzado a desaparecer. Un orden devastado, por la huida de esa armonía que parecía irrompible.
 En medio de la naturalizada corrupción intenté salpicarle, a aquellos desesperados, algo de los restos de mi vehemente lucha. 
 Inexplicablemente, y viéndome sumergida en este mar de destrucción, dejábase ver a mi alredor, escenas tan bellas que encendían un halo de esperanza en mi interior. La plaza era partícipe aun de los juegos de esos traviesos que amenazaban con faltar a clases, para pasar la tarde volando en las hamacas. Por otro lado, las copas de una familia entera, se chocaban en pos de la unión y amor.
 Yo, por mi parte, permanecí inmóvil sobre mis pies, intentando divisar lo que acontecía. 
¿Cómo era posible que algo tan fuerte, como el amor de una familia o la imaginación de los niños, pueda quedar desdibujado ante actitudes egoístas y con fines netamente lucrativos para sí mismos?. 
Creo que al verme fuera de todo eso, al verme que no pertenecía ni a un lugar, ni al el otro, me sentí algo así como fuera del mundo. Ya no sabía si en realidad estaba oscureciendo a mi alrededor o si me engañaban mis ojos.
 En ese instante, creí entender que la ley de cada individuo está atravesada por distintos factores. Estos factores son los que nos hacen egoístas, compañeros, sensibles y frívolos. Y todos sabemos que la moral de un trabajador, no es la misma que la de un delincuente.
 Ya me encontraba agotada y mis ganas por intentar penetrar la voluntad ajena, para evitar discordia y llegar a un acuerdo, fueron vanas. Tan vanas que ambos lados siguieron actuando bajo su convicción. 
 Aun así, a pesar del enojo que me produjo que esas personas no hayan oído mi discurso y continuasen con el suyo, me sentía plena al saber que nadie quebrantaría la ley, mi ley, esa que abre paso a los caminos que decido y que me llevan, a pesar de aquel entorno en distorsión, al camino de mis sueños sin olvido.

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